Creo que nos han dado un capricho, el capricho de vivir, de saborear nuestra vida, nuestra historia, emociones, días, horas, minutos e incluso segundos, de ser libres, de vivir sin ataduras, de dejar que la brisa endulce nuestra alma.
La vida es tan bella como un eterno atardecer.

domingo, 19 de febrero de 2012

Carnaval de Venecia


Acababa de empezar el baile de máscaras, cada pareja entraba por la colosal puerta de aquel apoteósico salón de Venecia. El decorado y los formidables disfraces de los invitados te sumergían completamente en el siglo XVII, las luces y la música convertían al lugar más hermoso de lo que de por sí ya era. Los camareros, cuidadosamente trajeados, se encargaban de cada uno de los detalles de aquella noche, que debía de ser perfecta para todos los invitados.
Leonardo se encontraba en la puerta con sus padres, desde pequeño, por la riqueza de ellos, siempre se había movido en ambientes lujosos. A pesar de que a él nunca le habían gustado las fiestas, siempre acudía al baile de máscaras cada carnaval, ya que era el único día, que al tener cubierta su tez, podrían tratarle por su forma de ser, no por su apellido.
Leonardo, tras girarse y mirar de forma irónica al portero, entro en el salón y ni siquiera se percató de la belleza del inmenso lugar, ni de las piezas que la famosa orquesta tocaba para ellos, permaneció en silencio.

 -Estúpidas fiestas- susurró.

-¿Has dicho algo Leonardo?

-No mamá, sólo…observaba el lugar.

-Maravilloso, ¿verdad?-dijo una joven situada a la derecha de su madre, totalmente rígida, con aires de grandeza.

-Sí, inolvidable-respondió Leonardo en un tono sarcástico, lo suficientemente marcado para que su madre carraspeara.

Dando un último vistazo a la chica pensó para sí mismo: guantes de seda, gargantilla brillante pero de poco valor, ¡sí! Quiere tratar de aparentar riqueza, sigamos, sonrisa demasiado prieta, muy forzada, vestido amarillo con detalles dorados, ¡es horrendo! Me da igual el nombre que aparezca en la etiqueta, jamás dejaría a una mujer ponérselo. La nariz es típica de la familia Delfino, pero es una familia con demasiado buen gusto para llevar puesto ese disfraz, a juzgar por el color de los ojos y la barbilla puede que sea hija de la familia de banqueros que no tardará en caer en quiebra, creo que eran los Maquiel.

-Querido, es la hija de Salvatore Maquiel , Gina Maquiel.

-Un acierto de uno-dijo Leonardo.

-¿Has dicho algo cariño?-dijo su madre entre dientes.

-Claro, que va a ser una noche prometedora.

-Más te vale, pídela bailar y modera tu lenguaje-volvió a decir su madre entre dientes, está vez en un tono más bajo.

Leonardo dejaba llevar sus pies al son de la música, observado por su madre de reojo él se dedicaba a adivinar quién se escondía tras las máscaras, mientras asentía sonriente a lo que fuese que Gina Maquiel le estaba contando mientras bailaban. Su sonrisa cambió cuando vio a una joven, con un vestido blanco y plateado, ceñido de cintura, y a partir de ella se dejaba caer elegantemente sobre el cancán creando una forma y un volumen perfectos con unos detalles asombrosos. La chica levantaba con delicadeza su vestido y antes de salir del salón miró hacia atrás pudiendo ver Leonardo su delicado rostro cubierto parcialmente por una deslumbrante máscara blanca, y su pelo tapado por un voluminoso sombrero adornado por brillantes y plumas. Leonardo no pudo evitar seguir el recorrido de la joven, sería capaz de adivinar la identidad de todos de los invitados menos la de aquella chica.
 
-¿Cambio de pareja?- le propuso Leonardo a Gina con la intención de ir detrás de la chica.

-De acuerdo, de todas formas necesitaba un descanso ya sabes cómo son estos vestidos tan caros y estos…

Antes de que Gina hubiese terminado de hablar Leonardo intentó abandonar el salón.

-¿Dónde se supone que vas?

-¡Madre!-dijo sorprendido- quería tomar un poco el aire, este disfraz tiene demasiadas piezas.

-Si es así te acompaño, estoy de acuerdo contigo en cuanto al disfraz.

-Oh, no se preocupe.

-Insisto-recalcó su madre.

-Soy yo el que insisto, no quisiera que se perdiese ni un solo minuto de esta formidable fiesta por mi culpa- hizo una pausa mirando con detenimiento a su alrededor, buscando una escusa más firme- Mire madre, el señor Gervasoni, ¡Gervasoni, amigo! ¡Venga, venga!

-Leonardo, ya estoy aquí, deja de desvelar mi identidad a todos muchacho.

-Dos de dos-contentó Leonardo sonriente- mejor les dejo solos, estoy seguro de que tiene muchas cosas de las que hablar, ¿verdad madre?

-Si querido.

Una vez en la puerta Leonardo sonrió a su madre.

-Un gran muchacho, muy atento-dijo el señor Gervasoni.

-Sí, demasiado atento, diría yo.

Leonardo, ya en el exterior del salón, respiró profundamente y observó cómo se mecían lentamente las góndolas a la par que el mar, la ciudad estaba preciosa. Vio a la joven quieta, ante el mar y se acercó a ella, en ese momento la joven se estaba quitando el sombrero y su cabello cayó sobre sus hombros, después arrojó el sombrero al mar.

-Debe de ser muy caro.

-Fiestas para ricos-dijo la chica agachando la cabeza.

-¿Cuál es tu nombre?-añadió Leonardo mientras pensaba para sí mismo “Isabella”.

-Alessandra.

-Vaya, dos de tres.

-¿A qué te refieres?-preguntó mirándole.

-Nada-la dijo mientras la retiraba la máscara- Eres muy bella.

-¿Acostumbras a quitar máscaras a todos?

-Dentro de la sala, conocía la identidad de todos, aunque llevasen máscaras, por cómo iban vestidos, o por los rasgos que podía apreciar, en cambio, tú eras la única a la que no podía identificar, con máscara o sin ella. ¿Y tú?-hizo una pausa-¿Acostumbras a dejarte quitar la máscara por todos?

-Seguramente seas el único de esa fiesta que no me podría identificar con máscara o sin ella, sin embargo también eres el único que se ha dado cuenta de que la he abandonado.

-Bueno, yo y el portero.

Ambos rieron y permanecieron en silencio hasta que él le preguntó por su apellido, a lo que ella respondió:

-Mi padre es el dueño de esto.

-Pietro Moltobello.

Alessandra asintió y Leonardo supo que esa chica era especial, entonces él se quitó su máscara, su sombrero y los tiró al mar. Se subió a una góndola y le tendió la mano, Alessandra la cogió y se subiótambién.

-Yo quiero dejar esto, ser conocido por cómo soy no por quiénes son mis padres. Sé que no vamos a llegar lejos y que al amanecer nos habrán encontrado, pero al menos, me basta con unas pocas horas, a veces sólo quiero perderme y pensé que tú también querrías hacerlo.

-Has acertado.

-Entonces tres de cuatro-dijo comenzando a remar.

-Puede que apenas te conozca, pero ahora quiero perderme a tu lado-y Alessandra besó a Leonardo- Pensé que te gustaría.

- Ahora yo creo que me conoces más que nadie.

-Entonces, ¿uno de uno?

Y ambos, en una góndola, se olvidaron de sus apellidos, de las fiestas, de los disfraces y de que posiblemente ya se hubiesen dado cuenta de que faltaran, se tumbaron a observar juntos el cielo estrellado que cubría Venecia, esperando que no les encontrasen nunca.



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