Creo que nos han dado un capricho, el capricho de vivir, de saborear nuestra vida, nuestra historia, emociones, días, horas, minutos e incluso segundos, de ser libres, de vivir sin ataduras, de dejar que la brisa endulce nuestra alma.
La vida es tan bella como un eterno atardecer.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Su última canción.

Escribió una canción en algún rincón de su corazón, no esperaba que alguien la escuchase, simplemente no quería que dejase de sonar.

Rompió en mil pedazos todas sus anotaciones, como si no le importara olvidar todas sus melodías, como si la música nunca hubiese significado tanto para ella; sólo la importaba esa última canción.

Tanto tiempo buscando algo detrás de cada nota, tanto tiempo encontrando nuevas sensaciones escondidas detrás de sus instrumentos.
Se guardaba canciones para ella, otras las compartía y otras las dejaba encarpetadas dentro de un cajón.
Sabía que algún día daría con la persona a la que podría enseñarle todas sus canciones. No la gustaba pedir a la gente que las escuchase, para ella era como si les estuviera comprometiendo a algo. Pero sin embargo, se lo pedía a las personas en las que más confiaba aunque el sentimiento de comprometerles era el mismo. 
Si es cierto que algunas, aunque pocas personas la preguntaban si tenía algo nuevo, si había acabado alguna más y la animaban a hacerlo, la encargaban canciones o la dejaban mensajes de madrugada diciendo que su música les tranquilizaba cuando no podían dormir.
Todo eso la llenaba, eran pocos, pero importantes.
Habían sido menos las personas que la habían escuchado tocar sólo a ella, sin nadie más. Dos personas, un piano y la soledad, ¿cómo se puede sentir la soledad en compañía? Es sencillo, ella ponía sus dedos sobre el piano y ya eran uno, y cuando comenzaba a tocar sentía esa conexión con la persona que la escuchaba, nunca la habían escuchado así, nunca la habían escuchado de esa manera, su forma de prestarle atención la hacía sentirse cómoda tocando el piano, como si estuviese sola.
Otras veces había dejado de tocar porque no sentía esa conexión, esas veces dejo de tocar porque se percató de que lloraban.
"Jamás olvidaré este momento" pensó ella cada vez, y se levantó del piano y abrazó a aquel que la escuchaba. "Sigue tocando, por favor" la susurraron. Y así es como el reloj la robó aquellas tardes. 
A pesar de todo aquello la mayoría de sus canciones seguían guardadas esperando a alguien dispuesto a hacer mucho más que escuchar, a entender lo que había detrás de cada canción. 
Ella esperaba dar con esa persona pero no esperaba dar con la canción que acabase con todo, con la canción que la tocó el corazón.
Sólo la tocaba cuando estaba sola, y cerraba los ojos, dejando que fueran sus dedos los que se deslizasen suavemente por el piano. Es curioso, porque ella se sentía feliz mientras la tocaba, nunca quería que dejara de sonar; pero cuando llegaba el final no era capaz de volver a empezar, había llorado más veces sobre su piano, pero nunca de la manera en que lo hacia al acabar esa canción.

Por eso la escondió en su corazón, para que no dejase de sonar nunca, ya que ella no la volvería a tocar.