Desafortunadamente casi todo lo aprendemos
con el tiempo o cometiendo errores.
Aprendemos la diferencia de
pedir perdón a perdonar, de querer a ser querido, aprendemos que olvidamos y
recordamos, que echamos de menos, aprendemos el valor y a valorar.
Aprendemos que recogemos lo
que sembramos, que las palabras que decimos en nuestros momentos de enfado
siguen hiriendo con el tiempo, aprendemos a recapacitar. Aprendemos que plantar
un árbol es creer en el mañana y talarlo es una forma egoísta de creer en el
presente; aprendemos que la distancia no es nada, que el sol está lejos y aún
así quema.
Aprendemos a caminar, a que
los problemas no se solucionan aplazándolos, que hemos de tomar nuestras propias decisiones y hacernos responsables de nuestros actos, aprendemos a confiar en nosotros
mismos, a mirar atrás. Aprendemos que nuestras ilusiones se pueden romper como
un débil cristal y que nuestros sueños forman parte de nosotros, que no debemos esperar que algo pase sino hacer que
pase.
Aprendemos a aceptar derrotas
y a ganar honestamente, aprendemos del dolor de las despedidas y del calor de
las bienvenidas. Aprendemos que la perfección no existe, aprendemos a admirar,
a sentir. Aprendemos que las promesas no siempre se cumplen y que una lágrima
no siempre significa lo mismo.
Aprendemos a vencer nuestros miedos, romper nuestros obstáculos, aprendemos a alcanzar metas y superar nuestros límites; aprendemos que el reloj no se detiene, que el tiempo es más rápido que nuestros latidos, aprendemos a apartar nuestro orgullo, a lanzarnos, a que es mejor arrepentirse de lo que has hecho que no de lo que no has hecho. Aprendemos a que cada vez que dejamos pasar una oportunidad hemos perdido algo realmente valioso, aprendemos que nada es más importante que las personas.
Aprendemos que sólo hay una forma de aprender a vivir, y es viviendo.