Creo que nos han dado un capricho, el capricho de vivir, de saborear nuestra vida, nuestra historia, emociones, días, horas, minutos e incluso segundos, de ser libres, de vivir sin ataduras, de dejar que la brisa endulce nuestra alma.
La vida es tan bella como un eterno atardecer.

EL CAPUCHINO DE LAS 8.30

CAPITULO I
NUEVA YORK

Esa mañana me desperté con mi canción favorita sonando como despertador, la noche anterior se me había olvidado bajar las persianas y un sol radiante se colaba a través de las cortinas acariciando mi piel, me revolvía por las sábanas blancas aprovechando hasta el último segundo de descanso. Mi piso no era muy grande, tenía dos habitaciones, la mía, con las paredes completamente blancas, una alfombra del mismo color al pie de la enorme cama cubierta por un edredón tambien blanco con algunos detalles plateados, dos mesitas de noche de madera a cada lado de la cama con una lámpara encima de cada una de ellas, las llaves de mi moto y la foto de mi familia, del último día que pasamos juntos, antes de venirme a Nueva York.
Me encantaba mi habitación, tenía mucha luz, las cortinas colgaban sobre las grandes ventanas que ocupaban toda la pared, más bien, tenía una pared que era una ventana, en una de las otras paredes había un cuadro en tonos grises que mi madre me regaló. La otra  habitación era azul marino, con cortinas beige y dos literas situadas en ele, con colchas marrones, todo a juego, un baúl entre abierto donde guardaba las camisetas de todos los lugares a los que había ido. El salón no era muy grande, las paredes eran marrón chocolate, tenía un sofá, una tele, un sillón, una mesa comedor, muebles, cuadros y mi zona favorita una mesa de estudio situada en frente de la ventana con el portátil encima y con una silla de estilo inglés que compré en uno de mis viajes a Londres. Al lado de esta mesa, un mueble estantería lleno de libros, y álbumes de mi familia, de mis amigos y de todas aquellas personas que había dejado atrás al subirme a ese avión con un destino que no cambiaría por nada. La cocina era más bien pequeña y el baño estaba lleno de cosméticos. Lo último que me queda por nombrar es el vestidor, lleno de baldas para los zapatos, para las camisas, pantalones, vestidos…siempre había deseado uno y ahí le tenía.
Me levanté, aquel pijama me quedaba algo grande y la manga dejaba mostrar mi hombro, mi pelo ondulado se dejaba caer sobre mi cara y me le aparté con una mano de los ojos situándole detrás de una de mis orejas. Caminé descalza hacia la ventana, mis pantalones cortos mostraban mis piernas bronceadas y todas las cicatrices que aunque con el paso de los años se notaban menos, aún permanecían, fruto de todas mis rebeldías de la adolescencia y de mi preciada infancia. Descubrí la ventana apartando la cortina con suavidad y con una pequeña sonrisa y una mirada que brillaba más que nunca, observe todo lo que me rodeaba, podía ver los rascacielos, la estatua de la libertad un poco a lo lejos, que se alzaba como siempre vigilando Nueva York, podía ver el bar de en frente, de Lucy, el supermercado que hacia esquina, la lavandería, el videoclub en el que trabajaba Lily, con la que había entablado una amistad de esas de las que estaba segura que iba a durar mucho tiempo.
Los coches pasaban una y otra vez en la ciudad que nunca duerme, veía a la chica del quinto coger el taxi de camino al trabajo y a mi vecino de en frente, Ronan, que llevaba a los niños quince minutos antes al colegio para no llegar tarde al trabajo. Ronan tenía tres hijos, Megan de once años, Carl de siete años y la más pequeña, Taylor, de cinco años a la que yo llamaba con especial cariño galletita. Hacía tres años que se había divorciado, yo nunca había hablado con él de ese tema, encajábamos muy bien, siempre que él me lo pedía yo me encargaba de los niños, para mí era un verdadero placer y él, que trabajaba como chef en un restaurante me había invitado más de una noche a cenar con los niños.
Aquella mañana me duché, me puse mis pantalones vaqueros rotos por las rodillas, dos tallas más grandes, mis converse blancas con los cordones sin atar y una sudadera de béisbol de Michigan, casi ni me moleste en peinarme, me puse mi gorra verde con el número 32 y unas gafas de sol, cogí las llaves, baje por las escaleras de mi edificio y cruce la calle entrando en el Lucy´s bar donde cada mañana tomaba el desayuno.

-¡Buenos días Lucy!

-¡Buenos días cariño! Como siempre tu capuchino listo en unos minutos, ahora mismo te le pongo.

-Perdona, pero llevo un buen rato esperando por mi café con leche y era el único cliente que había en el bar. ¡Oh, vamos! Estaba antes que ella- dijo un chico situado en la barra, que tendría más o menos mi edad, llevaba unos vaqueros caídos, una camiseta blanca y una americana negra por encima, seguramente el también se habría vestido deprisa. Y tenía unas gafas que me encantaban.

-Ahora voy, ahora voy-dijo Lucy sonriéndole, esa mujer tenía una paciencia con los clientes la cual yo admiraba.
Pasaron unos minutos bastante incómodos, únicamente estábamos, Lucy, él y yo en el bar y como no olvidarme del sonido de la cafetera. Yo le miraba de reojo, tenía algo que me atraía, parecía tener prisa pues miraba el reloj cada poco. Lucy nos sirvió los cafés, la guiñé el ojo y me senté en la mesa, ella como siempre me trajo un plato lleno de tostadas, y a él le llevó otro plato y el periódico del día.
Tomé mi desayuno con tranquilidad, oliendo el café cada vez que me le acercaba a la boca, disfrutando de cada sorbo que daba y escuchando las tostadas crujir cada vez que las daba un mordisco. Para mí, despertar con la luz del día en Nueva York, la ciudad con la que había soñado toda la vida, desayunar en el bar de en frente, observar la ciudad sin perder detalle de nada, irme a trabajar, quedar con mis amigas, charlar con la gente, ir a correr por Central Park y pasear por la ciudad, recorrerla de arriba abajo, ir de compras…para mí era una sensación única, aunque ya lo era cada segundo que pasaba en esa ciudad.


CAPÍTULO II
EL CHICO DE ENFRENTE


Habían pasado ya un par de semanas, y aquel joven de aspecto despreocupado con el que me había encontrado aquel día en el bar continuaba yendo cada mañana, a la misma hora. Pero desde que Lucy trajo un único plato lleno de tostadas y dijo que sólo nos las daría si nos sentábamos juntos.
Ambos accedimos, pero él siempre estaba hablando por teléfono, con una carpeta, la cual yo consideraba que era de su trabajo, situada a su lado, con un montón de folios, y yo mirando como siempre Nueva York a través del cristal de mi cafetería favorita.
Él siempre parecía muy ocupado, pero lo diferente era su forma de vestir, desde aquel primer día no le volví a ver tan descuidado, ahora iba con trajes, algunas veces corbatas, otras no, pero siempre bien conjuntadas con la camisa y los zapatos. Muchas veces me pillaba observándole, mirando como trabajaba, sus ojos verdes, su pelo castaño, no muy largo, pero lo suficiente para que algunos mechones le cubriesen las gafas, tenía unos labios muy bonitos más claros que su rostro bronceado.
Una mañana me desperté tarde, había estado trabajando casi toda la noche y  entre corriendo por la puerta, llegaba con bastante retraso y sabía que esta vez no podía alargarme con el desayuno, él se asustó y se le cayó el café en un par de papeles que tenía sobre la mesa. Yo comencé a reírme, no podía evitarlo, pero según él se echó hacia atrás y golpeó la mesa, me mordí los labios, aunque mi rostro desvelaba que continuaba riéndome, entonces él me miró, yo baje la mirada y paré de reírme, seguramente esos papeles eran importantes para él. Pero ocurrió algo asombroso, él comenzó a reírse, a carcajada limpia mientras me miraba y Lucy trajo las tostadas y los cafés.

-¿Siempre llegas tarde?- me dijo mientras reía e intentaba limpiar aquellos bocetos de edificios.

-Hey, que sólo ha sido hoy, ¿tú siempre eres tan torpe?- dije mientras bebí un trago de mi capuchino.

Él se rió más fuerte aún, tenía una risa que adoraba, sus dientes eran completamente blancos, los cuales embellecían aún más su sonrisa, totalmente natural y bella.

-¿De qué te ríes?

-Tienes…tienes espuma…tienes espuma de tu capuchino aquí- contestó mientras me miraba y me limpiaba la espuma de mis labios.

-Vaya, que…que descuido- añadí avergonzada, al fin y al cabo, era la  primera vez que más o menos manteníamos una conversación.

Permanecimos en silencio, como el resto de mañanas que nos habíamos sentado juntos, yo ya empezaba a temer que no volviésemos a hablar, él me resultaba muy interesante.
En ese momento levantó la mirada y me tendió la mano.

-Mi nombre es William Marshall, me suelen llamar por mi apellido, tú puedes llamarme como quieras.

-Yo soy Charlotte Rivas-acepté el apretón de manos- pero me llaman Charlie- permanecimos mirándonos durante el apretón de manos y tras las típicas preguntas de las presentaciones el me preguntó:

- ¿En qué trabajas?

- Pues, la verdad quería ser escritora pero trabajo como periodista en diversos medios y actualmente- hice una pequeña pausa- estoy en una revista de moda.

-¿Moda?

-Sí, escribo artículos, algunas veces son de veinte páginas y otras una pequeña columna… ¿Y tú?

-Soy arquitecto, quería tener mi propia compañía pero trabajo para ARLOY arquitectos, yo diseño los edificios y ellos se llevan el premio.

-Siempre me pareces muy ocupado.

-Sí, ahora estamos trabajando en un enorme centro comercial que quieren construir a las afueras, si consigo que mis ideas y bocetos sean elegidos seguramente dejaré de ser anónimo.

-Supongo que eso es muy importante para ti.

El no contestó, sólo sonrió y asintió con la cabeza. Hablamos un largo tiempo sobre trabajo, su vida resultaba cada vez más llamativa.

-Me gusta como miras la ciudad. ¿Cuánto llevas aquí?

-¿Cómo? Llevo, bueno...mañana hace dos años que vine aquí.

-Dos años y sin embargo tu mirada desvela gran pasión por esta ciudad, cada vez que la miras, me contagias
ese sentimiento -miró a su alrededor- ¡es muy raro!

-Creo que cuando quieres algo, de verdad, cuando ansias algo, cuando lo aprecias, nunca te cansas de ello, podría estar aquí toda la vida, adoro esta ciudad, desde que era pequeña. Y ahora que estoy en ella, no...
-sonreí- no la voy a dejar escapar.

-Yo siempre he vivido cerca, así que mucho no me llama la atención.

-Pues es asombrosa.

-No la veo así.

-Fíjate en todo y me comprenderás.

-Siempre es lo mismo.

-Los pequeños detalles, William, cada rincón de cada sitio es especial, diferente, pero para mí, lo son más aquí. Mira ese chico, siempre…

-Pierde el taxi a la misma hora- continuó mi frase riéndose.

-Y aquella…

-Señora, Lady Cooper, siempre tan elegante.

-¿Sólo ves eso en ellos?-le dije en un tono desafiante.

-Es lo que todo el mundo ve, porque…porque todos vemos igual, pero cada uno tenemos una forma diferente de observar -se detuvo acabando su café- quizá es que nunca miramos.

-Es como oír y escuchar-añadí levantándome de la mesa- me tengo que ir, voy a llegar tarde.

Me despedí de Lucy, del señor Patrick, de Teddy y salí del bar abriendo la puerta mientras le miraba, él me sonrió. Estaba ya montada en mi moto cuando oí un “Charlie”, me giré y William, que se había puesto la chaqueta corriendo y llevaba los bocetos en una mano y en la otra el maletín, me estaba llamando, se acercó corriendo y posando el maletín en el suelo comenzó a buscar algo en sus bolsillos, me entregó una tarjeta y riendo dijo un “llámame”.

Arranqué mi moto sonriéndole, y me perdí por las calles de Nueva York hasta llegar a mi lugar de trabajo, me quite el casco, baje de la moto y una vez más abrí la puerta y subí hasta la segunda planta, allí todo fue sencillo, Meryl me entregó unas cuantas cartas de desfiles de pequeños diseñadores que se estrenaban y ansiaban saltar a la fama con sus diseños, así que abrí mi agenda y comencé a añadir eventos, cuando me di cuenta de que dentro de dos días era la fiesta del cumpleaños de PJ, el hermano mayor de Lily.

CAPÍTULO III
GRANDES OPORTUNIDADES

Prácticamente se me había olvidado la fiesta del cumpleaños de PJ, así que según salí del trabajo, pasé por una hamburguesería y cogí dos menús número 11, uno para Lily y otro para mí, y me dirigí al videoclub.

-Pensé que ya te habías olvidado de mí.

-De lo que me he olvidado ha sido del cumpleaños de tu hermano- dije apoyando las bolsas de las hamburguesas sobre la mesa.

-¿Vendrás a la fiesta?

-Claro-la contesté mientras ella abría su hamburguesa- Pero aún no tengo un regalo.

-Sabes que no hace falta, PJ se conforma con que vengas.

-Y tú sabes que a pesar de lo que digas le voy a hacer un regalo.

-Está buenísima-dijo con la boca llena- bueno, hace dos días que no hablamos, ¿qué tal todo?

-Mucho trabajo, ya sabes, por cierto, tengo que ir a un par de desfiles y tengo dos pases, pensé que querrías venir.

-¿De quiénes son?

-Comienzan-dije sonriendo- pero quién sabe, igual algún día están haciendo diseños de alta costura y exhibiéndolos en París.

-Me apuntó, pero sólo a uno, aquí también hay mucho trabajo, mi compañero se ha cogido vacaciones. Elige tú el desfile, sé que me sorprenderás.

-Vale- y le pegué un mordisco a mi hamburguesa- por cierto he conocido a un chico.

-Interesante-añadió con una gran sonrisa en la cara esperando que la contase más.

-Se llama William, es muy agradable y le conocí en el bar de Lucy.

-¿En qué trabaja?

-Arquitecto.

-Debe de ser inteligente, ¡me gusta!

Asentí con la cabeza sonriendo.

-¿Y a qué esperas?

-¿Cómo qué a qué espero?

-¡Para invitarle a la fiesta Charlie!

-Apenas le conozco y es la fiesta del cumpleaños de tu hermano.

-¿Te dio su número?

-Sí.

-¿Y es qué necesitas algo más para llamarle e invitarle?

-Seguro que está muy ocupado y…

-Coge el teléfono y llámale, ¡ya!-dijo Lily en un tono entre serio y asesino, me encantaba cuando ponía ese tono de voz, no me cabía duda de que realmente debía llamarle, así que eso hice.

Le llamé después de comer y tras colgar el teléfono Lily no tardó en preguntar:

-¿Qué?¿qué?¿qué? ¡Vamos, rápido!

-Tardó un poco en cogerle, al parecer se encontraba en una obra y yo por un gran momento creí que me iba a decir “te llamaré más tarde, ahora estoy ocupado”-dije poniendo una voz grave.
Lily se echó a reír.

-Me ha dicho que….

-¿Qué…?

-Sí viene, hemos quedado en el bar de Lucy media hora antes de la fiesta.

-¡Ya tengo ganas de conocerle! Por cierto, olvídate de que es el cumple de mi hermano y vete explosiva.

-¡Lily!-dije mientras salía del videoclub.

-¡Lleva el vestido rojo que me encanta!

Al salir del videoclub me encontraba realmente bien, regresé al trabajo, escribí un artículo sobre las nuevas tendencias y ayudé a Meryl a organizar la disposición del próximo número y a elegir la foto de la portada, además de ir adelantando ciertos artículos que ya tenían preparados del número especial de navidad y quedar con los fotógrafos para la sesión que Meryl quería realizar. Ella tuvo una gran idea sobre la portada de Navidad, quería que todos los que formábamos la revista formásemos la portada y algunas páginas del interior, o mejor dicho, quería que yo escribiese un gran artículo que lo mezclase todo, compaginar nuestras vidas con la moda y nuestro trabajo, y que esta vez los modelos que aparecían en las fotografías fuésemos nosotros.
La idea me fascinó, y que Meryl confiase en mí para escribir ese artículo me agradó mucho, temía decepcionarla y esa misma noche, sentada en la cama con mi portátil, mientras miraba por la ventana y escuchaba viejas canciones de discos de vinilo que me regaló mi padre, comencé a escribir el artículo. Me sumergí entre las palabras, entre cada una de las letras, anoté pequeñas ideas principales y luego fui extrayendo de cada texto los párrafos los párrafos que me encantaban. Tenía una semana para entregarle el artículo a Meryl, pero estaba tan ilusionada que deseaba que todo saliese bien.

6 comentarios:

  1. Me gusta mucho Carolina!!! FDM

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    1. Gracias;)Ten por seguro que dentro de poco tienes otro capítulo!
      Un beso

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  2. ¡Me ha encantado la historia Carolina!
    ¡Espero que sea continuada!

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  3. Hoy hace un año lei esto y me encanto...y sigues haciendo lo mismo de siempre, impresionarme :). Todavia sigo esperando alguna parte mas jajajaja que me dejas con las ganas!! Un beso de parte de FDM:P

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