Y allí se postraban los pequeños trozos de cristal, al lado de la lámpara que ya nunca volvería a dar luz, allí estaban, transparentes como el agua, afilados como una hoja de papel,tan simples y cortantes, brillantes como cualquier diamante. Pocos recuerdan vagamente aquel día en que esa luz se apagó, se golpeó contra el suelo rompiéndose en mil pedazos y así dando final a la historia que comenzó de la misma manera en la que terminó, con diminutos pedazos de cristal sobre el suelo.
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